Dolmen de Santa Inés
Hace unos 6000 años, durante el Neolítico, las primeras comunidades agrícolas comenzaron a erigir grandes monumentos funerarios: los dólmenes. Fueron tumbas levantadas para la eternidad donde rendir honores a sus antepasados, a la vez que sirvieron como lugares de reunión y celebración de ritos ancestrales. Estos sepulcros se localizan en buena parte del continente Europeo y tuvieron un especial arraigo en la península ibérica.
La apertura en 2018 de un proyecto de investigación en el tramo medio del Eresma, ha confirmado la existencia de un foco dolménico en el noroccidente de la provincia de Segovia, concretamente en el municipio de Bernardos. En el centro de este estudio se encuentra el dolmen de Santa Inés, si bien, una prospección del entorno ha revelado la presencia de nuevos túmulos en los pagos de Asomada I, en Malcalzada I y en Remondo I y II.
Santa Inés dibuja la clásica planta de un sepulcro de corredor. Su cámara funeraria delimita un octógono con un diámetro de 3 m. El pasillo de acceso de 16 m de longitud se orienta, como es habitual, al este‑sureste, conservando tres lajas de la cubierta en la zona de entrada a la cripta. El túmulo de piedra y tierra que monumentaliza a la tumba tiene un diámetro de 30 m y, alrededor de la cámara, a modo de refuerzo, se dispone una corona pétrea o peristalito que es elemento típico de los dólmenes del centro peninsular.
Sus constructores eligieron minuciosamente la materia prima, alternando grises ortostatos de pizarra en contraste con la albura de los bolos de cuarzo, creando así, una sugestiva bicromía. La disposición de los bloques de cuarzo en sitios concretos parece tener una estrecha relación con la intención de mejorar la iluminación aprovechando el reflejo en ellos de la luz de una antorcha. Igualmente, el corredor está claramente enfocado a la salida del sol en el solsticio de invierno, cuyos rayos nacientes penetrarían lentamente por el pasillo iluminando el tenebroso interior de la cripta. En definitiva, todos estos detalles eran tenidos en consideración a la hora de erigir un dolmen, de lo que se deduce que sus artífices atesoraban en igual medida habilidades constructivas y conocimientos astronómicos.