En Bernardos, y en las fiestas de verano,
se hacen Peñas, que son reuniones de amigos.
Nos juntamos por edades y pasamos
unos cuantos días buenos. Divertidos.
Disponemos de un local o casa vieja
que limpiamos y arreglamos con cariño
para que haga las funciones requeridas
hasta el ‘día de la abuela’ como mínimo.
Hay algunas que se forman con casados
y las más, que son de jóvenes o niños.
Todas van bien adornadas, guarnecidas
con bebidas y licor de todo tipo.
Nunca falta algún rincón en estas peñas
que procura al pensamiento un atractivo.
‘Picadero’, denominan el lugar.
Para más señas, le dan forma de nido.
Y, con cierto aire de trampa, allí se espera
a que ‘caiga’ una chica que se ha perdido.
Pocas veces se da el caso de que ocurra
pero siempre es bueno estar bien prevenidos.
La bodega es otro de los apartados
que requiere vigilancia y cometido,
pues allí se depositan las ‘esencias’
y los ‘caldos’ que luego han de ser bebidos.
Para ver si la bebida está en su punto
se hacen ‘catas’, ‘pruebas’, ‘tragos’ y ‘chupitos’.
Libaciones que hay que hacerlas con mesura.
Si te pasas, ese día vas ‘cocido’.
La tarea es importante y se requiere
que la lleven a cabo los ‘entendidos’.
Y, por último, el tercero en importancia,
el salón, que ha de ser guapo y divertido,
porque en él se experimentan por la noche
las caricias, los abrazos y besitos
que acompañan con la música adecuada
susurrando las parejas al oído.
Si te quedas un buen rato, cuando sales,
llevas tienda de campaña. Prometido.
Este oficio es peculiar y se requiere
mucha ‘labia’, simpatías y buen tipo.
Como veis, el sitio está bien preparado
para hacer que se consiga el objetivo,
albergándonos la gula y la lujuria
que estos días nos aturden el sentido.
A los dioses Baco y Venus nos juntamos
y con ellos recorremos el camino.
Cada día de las fiestas nos deparan
emociones en uno y otro sentido.
Y nos guían como buenos compañeros,
ayudándonos a evitar desvaríos
De las peñas a los toros y, de aquí,
a cualquiera de los bares o al Casino.
Y volvemos otra vez hacia las peñas
a buscar ‘eso’ que nos pide el instinto.
Atendemos al torero, a la taberna,
a la música, al cachete y al ombligo.
Aunque esto último nos pide discreción,
pues contárselo a otra gente está mal visto.
Cada día nuestras peñas nos ofrecen
ilusión, compañerismo y atractivo.
En la víspera desfilan disfrazados
de payasos, de ‘vedettes’ o bandidos.
Y, en los toros, son el único elemento
que se anima en los asientos del tendido.
Si no fuera por las peñas y charangas,
el vermouth ya no tendría ni sentido.
Unos días te organizas el almuerzo
y, otros, te echas una siesta si es preciso.
Allí llevas a un amigo de invitado
y, si tarda mucho en irse, va bebido.
A partir de medianoche se relatan
las historias más tremendas que has oído.
Te las narra un trovador improvisado
cuando ya un poco de ‘caldo’ se ha metido.
Y, si el tema es la Política, seguro
que te arreglan el país ‘como es debido’.
Hay algunos que se quedan a dormir,
pero pocos los que lo hayan conseguido.
Entre voces, chistes malos y blasfemias
los ‘colegas’ el sueño te lo han jodido.
Ya no se hace limonada como antaño,
que trataban y elaboraban el vino.
Ahora tienes multitud de comestibles,
de refrescos, de licores y batidos.
Más que peñas, hay algunas que parecen
almacenes o tiendas de ultramarinos.
Sin embargo, y aunque tengan algún fallo,
preferimos resaltar lo positivo.
Porque, amigos de Bernardos, sin las peñas,
nuestras fiestas carecieran de sentido.
Y son ellas, junto a los toros y el baile,
las que dan a los festejos, poderío.
Es que el pueblo se merece esto y más cosas
que a la virgen del Castillo hemos pedido.
Por ejemplo, que no falte la alegría
y que reine la armonía entre vecinos.
Por todo ello ¡Viva el pueblo con sus peñas!
Y también ¡Viva la virgen del Castillo!
Como vírgenes hay pocas, la mimamos.
Porque santas hay bastantes. Más que obispos.
Y ella, a cambio, a nuestras peñas les permite
desmadrarse con la gula y la libido.